lunes, 27 de junio de 2011

Corpus Christi: Cuerpo, Sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo.

Cristo Jesús está presente de muchas maneras en su Iglesia, pero, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Este modo de presencia es singular. De hecho, hace que la Eucaristía sea elevada por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos".
En el Santísimo Sacramento de la eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero.
San Juan Crisóstomo declara:
"No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas."
Y San Ambrosio añade:
"Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada". "La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela."
El Concilio de Trento en su Decreto sobre la Santísima Eucaristía afirma:
"Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación".
La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo.
Durante la misa expresamos nuestra fe en esta presencia real de Cristo bajo las especies de pan y vino arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor.
La Iglesia católica también da este culto de adoración fuera de la misa: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión.
Primeramente el sagrario (tabernáculo) estaba destinado a guardar dignamente la Eucaristía para poder llevarla a los enfermos y ausentes de la misa. Debido a la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomo conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario ocupa un lugar particularmente digno en nuestras iglesias.
El Beato Juan Pablo II dijo:
"La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración." 
 
 
 

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